Lo discutíamos entre compañeros hace poco. Unos
se quejaban por su exceso de tolerancia frente a la crítica incisiva y
mordaz de quienes no le perdonan sus éxitos.
Otros, por lo
permisivo que se muestra frente a funcionarios que traicionan su
confianza. Los más generosos no justifican su parsimonia frente a
problemas de Estado que llegan a hacer crisis aguardando su decisión. Y
hay hasta quienes le critican la imputabilidad con que llega a los actos
oficiales, ignorando el viejo dicho monárquico de que “la prisa es de
plebeyos” y que los Presidentes nunca llegan tarde porque son siempre
los invitados los que llegan muy temprano...
En lo que todos coinciden es en que al final del día Leonel Fernández termina teniendo la razón.
Eso
lo aprendí hace rato. Tal vez en su primer período de gobierno, cuando
era un bisoño Presidente. Me costó mucho comprenderlo.
Porque,
irreverente al fin, le mostraba mi disgusto por todas esas cosas que no
entendía de aquella personalidad distraída que aparentemente no se
percataba de lo que estaba ocurriendo a su alrededor.
Pero siempre
ha sido esa una falsa apreciación. Porque Leonel se da cuenta de todo,
sólo que sabe dosificar su atención sobre las cosas que realmente pueden
interesarle.
A veces luce ensimismado, como ausente, sin mirar lo que está viendo. Y es ahí donde algunos se equivocan.
Puede
ser una enseñanza de la academia, en los tiempos de una UASD anárquica
donde el profesor sólo lograba y concentraba la atención del alumno en
base a la intuición inteligente y a su extraordinaria capacidad
expresiva.
Porque en esa época la autoridad académica sólo la
imponía el talento del profesor. Jamás la fuerza que podía dimanar de la
condición de docente. Fueron tiempos en que cualquier estudiante podía
fácilmente acompañar el bolígrafo de la camisa con la pistola del cinto.
Como si nada estuviera pasando.
Y...¡ay de aquél profesor que se equivocara con él! En esos manejos Leonel sacó 100 como profesor de la UASD.
Cuesta mucho entenderlo
A sus colaboradores más cercanos les cuesta mucho entender a Leonel Fernández. Para todo se toma un tiempo que algunos entienden más prolongado de lo prudente.
A sus colaboradores más cercanos les cuesta mucho entender a Leonel Fernández. Para todo se toma un tiempo que algunos entienden más prolongado de lo prudente.
No parece tener prisa en nada.
Ni siquiera en esos asuntos de Estado que aparentan exigir decisiones rápidas y concluyentes.
Quienes
pasan tiempo de oficina a su lado o en su entorno-- muy pocas personas,
no más de cinco que le asisten en la cotidianidad del trabajo diario--
han aprendido a conocer su estilo reservado y en ocasiones distante.
Pero también saben que dentro de su trato respetuoso y casi familiar, es
capaz de echar un San Antonio cuando se enfada si las cosas no se hacen
bien o si mete la pata por una imprevisión o por una información
incorrecta o que no le llegue a tiempo.
Leonel es un Presidente
enigmático a veces. Ha aprendido con casi 12 años en la Presidencia que
el poder real lo da no sólo la ostentación del cargo-- que siempre es
coyuntural y momentáneo-- sino el misterio de un intangible que siempre
acompaña la solemnidad que implica ser el primero entre sus iguales. Y
sus iguales son casi 11 millones de dominicanos a quienes tiene que
liderar y saber conducir por el camino del respeto, la dignidad, el
orden, la convivencia pacífica y el crecimiento en todos los sentidos.
Los
Presidentes democráticos que hemos tenido en estos 168 años de vida
republicana pueden contarse con los dedos de las manos. Pero de ellos
los que han pasado por el poder para dejar una impronta y pasar a la
historia como buenos Presidentes, pueden contarse con los dedos de una
sola mano. Y sobran dedos. Y entre esos está Leonel Fernández.
Exceso de tolerancia
Por eso digo que al final del día Leonel termina teniendo la razón.
Por eso digo que al final del día Leonel termina teniendo la razón.
Porque se engrandece cuando tolera que lo insulten injustamente.
Que
menoscaben su condición de líder. Que lo “chiquiteen” como Presidente.
Que lo “ninguneen” como intelectual. Y que hasta cuestionen su condición
de hombre honesto que está por encima de la riqueza material, como han
llegado a hacer los más atrevidos.
Pero él no les hace ningún caso.
Los ignora. Y cada día demuestra que es impermeable a los insultos.
Que
es el único líder que tiene este país. Que es el más grande de todos
los Presidentes que hemos tenido-- equiparado sólo con Balaguer, pero
sin sangre y sin presos--, y que es uno de los intelectuales mejor
formados y más acabados que hay actualmente en la política
latinoamericana.
Después de doce años siendo Presidente, Leonel
Fernández es un verdadero orgullo para los dominicanos sensatos y
desapasionados, sin importar simpatías partidarias. Es un caballero. Es
un hombre decente. Bien educado.
No tiene vicios. Respetuoso de los demás. Buen padre. Buen hijo. Buen esposo. Buen ciudadano.
Buen amigo...Y como figura internacional enorgullece a los dominicanos.
No
tengo la menor duda de que Peña Gómez, Balaguer, Juan Bosch, Majluta,
Jacinto Peynado y los demás líderes de la política contemporánea que ya
se nos fueron, se sienten orgullosos, donde quiera que estén, de haber
sido relevados en el liderazgo nacional por un hombre de las condiciones
de Leonel Fernández.
Y que conste, creo que los halagos a los
hombres cuando están en el Estado siempre son perniciosos porque el
Poder siempre corrompe. Pero las injusticias corrompen mucho mas. Sobre
todo cuando llega acompañada de la envidia.
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